Verónica iba al volante.
― ¿Verónica? ¿Pero cómo? ― Dije asfixiada por la impresión.
― Veo que despertaste. Maldición pensé que durarías desmayada un poco más― El coche se movió aun más rápido― Ahora tengo que alcanzar a salir de la ciudad antes de que alguien te reconozca.
― ¿Qué dices? ¡Déjame bajar, por favor! ― Mire mis manos― ¿Por qué me has atado?.
― Cállate y quédate quieta, no intentes nada o pagaras las consecuencias― Me miró intensamente
― ¿A dónde vamos? ― Estaba tratando de mantener la calma― Tengo derecho a saberlo.
― En este momento no tienes derecho a nada, poca cosa― Sonrió― Te explicaré la mecánica en unos cincuenta minutos.
Miré por la ventanilla y me di cuenta de que los edificios y rascacielos habían quedado atrás, ahora solo se veían unas pequeñas casas y poca gente caminando sobre las aceras.
No sabía qué era lo que Verónica tenía en mente, sin embargo lo mejor sería permanecer callada y memorizar el camino que recorríamos. Los minutos pasaban y mis ojos no aguantaban el ser golpeados por tanto aire.
―verónica… por favor sube mi ventanilla― La mire.
― No― Dijo sin apartar la vista del frente y cambiando la velocidad.
Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas debido al impacto del viento helado y decidí que lo mejor era cerrarlos… arriesgándome a no saber en dónde me encontraría en algunos minutos. Apreté mis ojos fuertemente y respire hondo en más de una ocasión.
Mucho tiempo después sentí como el coche se detenía y abrí los ojos.
¡Vaya casita la que estaba ante mí! Seguramente valía unos buenos millones de dólares.
― ¡Juan! ― Gritó Verónica al tiempo que bajaba del automóvil― ¡Ayúdame!.
Puse especial atención en la puerta de la casa que se estaba abriendo de par en par. Un hombre alto, de cabello rubio ojos azules y tez clara salió con paso acelerado y fijo la vista en Verónica.
― ¿Ahora en que te has metido, querida? ― Preguntó aquel hombre poniendo los ojos en blanco
― Baja a nuestra huésped y llévala a la sala de estar, ¡ahora! ― Verónica comenzó a caminar hacia la entrada y yo entre en pánico mientras estudiaba las facciones de… Juan
El se dirigió hacia el coche y abrió mi puerta. Su mirada se fijo en la mía y no hizo gesto alguno, solo se inclino y me quito el cinturón de seguridad. Me tomo en sus brazos y con un empujón cerró la puerta.
― Por favor déjame ir― Dije con un leve temblor en mi voz.
Él ni me miro, solo siguió caminando hacia la entrada. Maldición, mil veces maldición desearía que Verónica no hubiese atado mis manos, así podría al menos intentar defenderme y huir.
― Quiero que le hagas un chequeo rápido― Dijo Verónica cuando entramos en la sala― Se ha desmayado
― ¿En el camino? ― Preguntó el mientras me ponía de pie junto al sillón.
― No, ha sido en la tienda de ropa. Yo estaba cerca cuando la asistente se alarmó porque esta estaba perdiendo el equilibrio.
― ¿Quién es esta? ― Preguntó con el ceño fruncido, Verónica rió
― Querido Juan, te presento a Paula Alfonso― Se cruzó de brazos― Pero puedes llamarla poca cosa, si quieres.
― ¿Tiene algo que ver con Pedro Alfonso? ― Su voz se hizo más fuerte.
Yo lo mire y después a Verónica.
― Es su esposa― Se encogió de hombros― Ahora hazle un chequeo e inyéctale un calmante, o dale alguna pastilla para que duerma, quiero esperar unas horas para explicarle las reglas del juego.
¿Un calmante? No, eso no podía ser, sería muy riesgoso para el bebé. No lo permitiría, no importaba si trataban de obligarme, les daría o diría todo lo que quisieran antes de que le hicieran daño a mi bebé.
Juan puso su brazo a la altura de mis hombros y di un sentón sobre el sillón. Tomo una pequeña maleta y comenzó a buscar entre las cosas, una cartera con pastillas salto a la vista.
― ¡No! ― Dije firme.
― No se preocupe señora Alfonso, soy doctor, se lo que hago― Dijo acercándome un vaso con agua.
― No, no quiero tomar nada. Verónica si no quieres hablar enciérrame en una habitación pero por favor no me den nada ― Atropelle las palabras.
― ¿Tu que te crees? ― Verónica camino hasta mi y comenzó a desatar mis manos― Yo doy las ordenes, no tú. Si te desato es porque tus manos deben estar rojas debido al nudo, pero no intentes nada. Te vas a tomar lo que Juan te de.
― No, Verónica, soy alérgica a…
― ¿A qué? ― Levanto una ceja
― A… bueno soy alérgica a― No se me ocurría nada bueno.
― ¡Estoy esperando! ― Gritó Verónica.
― No es alérgica a nada― Dijo Juan con voz tranquila, ambas lo miramos― Está embarazada.
Fue como un golpe para mí que me dejo sin aliento, había dicho que era doctor pero… ¿Cómo lo sabía?.
― ¿Es eso cierto? ― Verónica clavó su vista en mí
― Si ― Pase saliva y sentí como mi cuerpo caía extendido en el sillón debido al empuje que Verónica me proporciono.
― Párate y camina― Espetó con furia― ¡Rápido!
Yo le hice caso y comencé a seguir el camino que Juan estaba trazando. Pronto llegamos a una habitación, me hicieron entrar y después cerraron la puerta con llave.
Vaya suerte la mía. Antes de salir del departamento de Gonzalo, lancé la amenaza de que si él y Pedro no se reconciliaban jamás volverían a verme. Bien, al parecer yo misma había invocado a la mala suerte y había adivinado mi destino pues, después de todo, quien sabe cuando los volvería a ver…
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